TIPOS DE TOXEMIA
El terreno lo es todo
En el lecho de muerte, Louis Pasteur -demonizador de los virus y
alabado por ello- intentó enmendar su error, al afirmar: “El virus no es nada,
el terreno lo es todo”. Pero su declaración póstuma pasó y pasa inadvertida.
Como pasa inadvertida la afirmación básica de la medicina natural: “La causa
profunda de todas las enfermedades es la suciedad del terreno producida por la
acumulación de desechos”.
Como hemos visto, los desechos orgánicos no se depositan en un
solo lugar, sino que circulan por todo el cuerpo. El organismo todo sufre
la sobrecarga, pero como cada persona tiene su punto débil, es allí donde
aparecerá la crisis visible y dolorosa. Lamentablemente, terapeuta y paciente
por lo general olvidan esta realidad, enfocándose en los síntomas y olvidando
las causas primarias.
El moderno concepto de diagnóstico sirve sólo para rotular al
barómetro de una caldera a punto de explotar por exceso de presión. Es inútil
ocuparse del barómetro. Por sentido común, debemos
disminuir la presión de la caldera. Aliviada la presión, el barómetro, por
sí mismo dejará de indicar el estado de emergencia.
Llevemos la analogía a nuestro automóvil, mecanismo sencillo
de comprender y al cual generalmente le brindamos mejores atenciones que a
nuestro organismo, tal vez porque aquel nos costó esfuerzo y éste fue un regalo
de la existencia. Imaginemos que viajando en ruta, se nos enciende la luz
roja de presión de aceite. ¿Qué hacemos?
El sentido común aconsejaría detenernos de inmediato e
investigar la causa que originó el inconveniente: falta de lubricante, problema
de la bomba de aceite, rotura del carter, etc. Resuelta la dificultad,
arrancaremos el motor y veremos que la luz roja se apaga por sí sola.
En cambio ¿qué hacemos cuando algo similar sucede en nuestro
organismo? Por lo general, desenchufamos el bulbo de la luz roja. O sea,
buscamos una “pastillita mágica” que apague el indicador de alarma: algo que
baje la presión, el colesterol, la glucosa, las hormonas tiroideas, la
inflamación o cualquier otro parámetro fuera de norma, sin preocuparnos de
revisar la causa que activó la alarma.
Si obramos así en el automóvil, ¿qué sucederá? Inicialmente
seguiremos como si nada, confiados por no ver más la luz roja. Pero unos
kilómetros después sobrevendrá el desastre: el motor claudicará. Esto es
inexorable en la mecánica vehicular... y también lo es en la lógica del
funcionamiento corporal.
Es más, el moderno sistema de monitoreo médico ha generado una
obsesión por los parámetros fuera de norma. Profesionales y pacientes viven
pendientes del valor de glucosa, presión, colesterol, hormona tiroidea,
triglicéridos o densidad ósea. A través de fármacos se obtiene la ilusoria
satisfacción de poner en caja los guarismos desequilibrados. Sería como si en el
ejemplo del automóvil, moviésemos con la mano la aguja del manómetro de
presión de aceite, hasta llevarla a zona de seguridad. ¿De qué nos sirve, si el
desequilibrio profundo se mantiene?
Todo esto es sencillo de corroborar en la práctica. ¿Cómo es
posible que un simple drenaje de toxinas pueda provocar la remisión de
distintos síntomas en una persona, por diferentes que éstos sean? La
concepción de la enfermedad como consecuencia de la sobrecarga tóxica, se opone
a la concepción microbiana, donde todo parece ser resultado de la acción de
virus y bacterias. Y es lícito preguntarse: si los microbios son tan letales,
¿cómo es que ciertas personas sucumben ante ellos y otras tienen reacción nula?
Los microbios no son más que huéspedes de un terreno
sobrecargado, que permite su expresión o desarrollo. Podrá argumentarse que todo
depende de la fortaleza del sistema inmunológico de cada persona, pero como
veremos luego, la eficiencia de nuestro sistema defensivo, como toda parte
integrante del cuerpo, es consecuencia directa del estado de limpieza de
nuestros fluidos internos. O sea que: el terreno lo es todo.
TOXINAS INTERNAS
Nuestro organismo depende totalmente de aportes externos para
construirse, renovarse y funcionar. O sea que está perfectamente preparado para
procesar sustancias que vienen del exterior, convirtiéndolas en elementos útiles
para el funcionamiento corporal. Hasta los nutrientes más nobles y puros,
requieren de procesos degradatorios y asimilatorios, que implican producción de
desechos metabólicos.
Asimismo, la continua regeneración celular de órganos y
tejidos, provoca cantidad de células muertas que deben ser eliminadas de
inmediato. Para hacer frente a esta vasta tarea, el cuerpo se ha dotado de un
grupo de órganos especializados para tal fin: los emuntorios.
Pero si las toxinas son naturales y estamos dotados de una
buena estructura de órganos de eliminación, ¿por qué nos intoxicamos? O lo que
es igual, ¿por qué enfermamos? La respuesta es muy sencilla: Porque sobrepasamos
la natural capacidad de eliminación, o sea,
generamos más desechos de los que podemos evacuar.
Visualizando el origen de las toxinas que procesamos, podremos
tener una mejor idea de cómo limitar su generación y colaborar con el exigido
funcionamiento corporal. Debemos tener en cuenta que
la realidad moderna es muy diferente que la de nuestros antepasados. Ellos
debían lidiar sólo con algún fruto tóxico, alergenos naturales, microbios y
desechos normales de los procesos metabólicos internos. En cambio nosotros
estamos sumamente afectados por la degradación del medio ambiente y sobre todo
por la alimentación industrializada. Pero vayamos por partes.
La mayor cantidad de toxinas proviene de la natural
degradación de los alimentos ingeridos, proceso necesario para convertir los
nutrientes en sustancias más simples, capaces de generar energía y material
constructivo. Estas transformaciones producen desechos, cuya eliminación esta
prevista en el funcionamiento orgánico. Por ejemplo: las proteínas, al
desdoblarse en aminoácidos, generan urea y ácido úrico; la combustión de la
glucosa produce ácido láctico y gas carbónico; las grasas mal transformadas,
ácidos cetónicos.
Estas toxinas del metabolismo interno son perfectamente
toleradas por el organismo, siempre y cuando no superen cierto límite.
Este límite está dado por nuestra capacidad de digerir, combustionar y eliminar.
Al superar este umbral, los desechos, aunque naturales, se convierten en una
amenaza para el cuerpo, entorpeciendo su normal funcionamiento.
Para visualizar como funciona el proceso de
acumulación, veamos un par de cifras orientativas relacionadas con los
riñones. Estos órganos deberían eliminar 25 a 30 gramos diarios de urea.
Si sólo eliminan 20, significa una retención de 5 gramos por día, o sea 150
gramos mensuales.
Esto permite entender la importancia de una
alimentación sobria y frugal, de buena calidad y en dosis adecuada a
nuestro desgaste calórico. Aún con alimentos sanos y naturales, si comemos
más de lo que gastamos, estamos creando un problema adicional al organismo,
que debe lidiar con sustancias que no puede utilizar y/o eliminar… y que algún
destino deberán tener!!!
La sobrealimentación y el
sedentarismo se han convertido en grandes problemas de la sociedad moderna.
Es muy sencillo que las personas ingieran más de tres mil calorías
diarias y gasten mucho menos de dos mil. Por su parte, el
sedentarismo no solo impide la necesaria combustión de calorías excedentes, sino
que dificulta la correcta oxidación de los residuos del metabolismo celular, con
lo cual se generan aún más desechos tóxicos.
Todo esto se ve agravado por el nefasto sistema de producción
industrial de los alimentos. Los procesos de
manipulación y refinación quitan preciosos elementos vitales y ello
lleva al consumo de mayor volumen, en el intento de cubrir las necesidades netas
de vitaminas y minerales.
Los problemas de la sobrealimentación no son sólo de
acumulación. Cuando superamos la capacidad de procesamiento de nutrientes que
tiene nuestro sistema digestivo, generamos una masa de
alimentos mal transformados cuya tendencia es la fermentación y la
putrefacción, lo cual produce nuevos venenos, que incrementan a su vez el
ensuciamiento general. Esto se ve agravado por el estrés y los ritmos
antinaturales, que merman nuestra capacidad metabólica.
TOXINAS EXTERNAS
Pero el alimento moderno tiene otros oscuros aspectos
relacionados con la intoxicación del organismo y que van más allá de la
abundancia. Si bien el tema se desarrolla ampliamente en otra publicación,
repasemos aquí lo estrechamente relacionado con la toxemia corporal.
Las técnicas actuales de producción primaria e
industrialización, además de empobrecer la calidad del alimento, generan una
nefasta carga de sustancias eminentemente tóxicas, que de ninguna manera
estamos preparados para procesar. Insecticidas, herbicidas, fungicidas,
fertilizantes químicos, antibióticos, vacunas, hormonas sintéticas, balanceados
industriales, granos transgénicos… son solo algunas de las sustancias que se
utilizan en la producción de alimentos y que, directa o indirectamente, ingresan
a nuestro organismo, diariamente y en altas concentraciones. Un ejemplo: nadie
relaciona la gran cantidad de problemas endocrinos (menopausia,
tiroidismo, etc) con la continua ingesta de
hormonas sintéticas que se “mimetizan” con las naturales y nos causan un
verdadero caos hormonal.
A ello se agrega otra gran cantidad de
sustancias químicas artificiales que utiliza la industria elaboradora:
conservantes, saborizantes, emulsionantes, estabilizantes, antioxidantes,
colorantes, edulcorantes, grasas transaturadas (margarinas), etc. Todo esto se
hace en el respeto de legislaciones que establecen dosis tolerables por el
organismo. Claro que las normas se hacen para cada compuesto individualmente y
en base teórica.
Nadie toma en cuenta la sumatoria de estas dosis, ni
sus interacciones reales. Un estudio británico demostró recientemente que la
mezcla de ciertos colorantes artificiales y el benzoato de sodio (conservante de
uso habitual en refrescos), influye en el comportamiento y en los desordenes de
conducta de los niños. Otros estudios indican que, en promedio, ingerimos
anualmente varios kilogramos de dichas sustancias. Y adivinen ¿quién debe
lidiar con esa carga?
Aquí no termina el inventario de sustancias tóxicas que
diariamente introducimos al organismo. Falta aún lo que ingerimos en
medicamentos, detalle no menor en un país como el nuestro, que ingiere,
por ejemplo, seis millones de aspirinas diarias. Nuestra sociedad es
ávida consumidora de analgésicos, antiinflamatorios, sedantes, estimulantes y
una larga lista de fármacos de uso corriente, alegremente publicitados en TV
como si fueran inocuas golosinas.
Pero no solo ingresamos tóxicos por vía digestiva. La piel
es otro órgano permeable a elementos indeseables: cosméticos, tinturas, cremas,
antitranspirantes y fijadores son fuente de sustancias nocivas. Por las vías
respiratorias también introducimos importantes cantidades de venenos: desde
el humo de cigarrillos a los desechos de combustión y procesos industriales.
A todo esto se suma la problemática de los
refinados industriales. Diariamente estamos incorporando altas cantidades de
compuestos químicamente puros que no existen en la naturaleza. Es el caso del
cloruro de sodio (sal blanca) o la sacarosa (azúcar blanca).
Biológicamente el organismo no reconoce estas sustancias refinadas y de gran
pureza; es más, las considera tóxicas por su reactividad. Para comprender mejor
esta “fobia” corporal hacia los compuestos químicamente puros, podemos usar
ejemplos ilustrativos, como la caña de azúcar, la hoja de coca y
la sal refinada.
Estudios hechos en Sudáfrica sobre muestras de orina de dos
mil trabajadores de plantaciones de caña de azúcar, no hallaron excedentes de
glucosa, pese a que en promedio mascaban 2 kg diarios de caña, o sea que
ingerían 350g de azúcar por día. ¿La explicación? Mientras la caña mascada
es un alimento natural, completo y fácilmente metabolizable, el azúcar refinado
es un producto extraño y nocivo para el organismo. Otras investigaciones
realizadas en África e India muestran que la diabetes es desconocida en
pueblos que no incluyen carbohidratos refinados en su dieta.
Respecto a la coca, es simple observar en los pueblos
andinos que el cotidiano consumo de la hoja mascada, benéfica para el
apunamiento y la digestión, no genera los efectos devastadores del extracto
refinado, conocido como cocaína. Siempre estamos hablando de productos
vegetales, pero de por medio está presente el proceso de refinación y
purificación.
Nuestros riñones pueden eliminar unos 12 gramos diarios de
cloruro de sodio (la tóxica sal de mesa refinada), pero está demostrado que
la alimentación moderna provee 15 gramos o más. Esto quiere decir que reteniendo
sólo 3 gramos diarios, estamos acumulando en el organismo
90 gramos por mes (verdadera causa de edemas y celulitis).
Frente a esta regular y abundante ingesta de compuestos
reactivos -que superan por cierto la capacidad orgánica de procesamiento- el
cuerpo se ve obligado a poner en marcha varios mecanismos de defensa que, además
de generar un importante gasto de energía y recursos, incrementan la toxemia
corporal. Nos referimos a la hidratación de estos compuestos (retención
de líquidos asociada a deshidratación celular), a la
captura lipógena (edemas, obesidad y celulitis) y a la cristalización
(artritis, ácido úrico, arenillas, cálculos, esclerosis capilar, etc).
Este cuadro, lejos de asustar, debe ayudar a la toma de
conciencia: nuestro organismo no es un cesto de basura donde podemos
arrojar impunemente cualquier cosa. Además, esta problemática, nefasta en sí
misma, se ve agravada por la pérdida o el olvido de sanos hábitos ancestrales:
los ayunos, las curas de primavera, el reposo, la conexión con los ciclos
naturales...
TOXINAS DE PARÁSITOS
Como vimos someramente en el capítulo anterior y como
desarrollaremos en el capítulo 6, las parasitosis son responsables de gran
parte de la cotidiana carga tóxica que agobia al organismo. Esta toxemia es
en parte externa al cuerpo, al ser producida por organismos que no forman
parte del mismo, pero al mismo tiempo es
interna, pues se vuelca permanentemente en nuestros fluidos, como si
fuese una sustancia endógena.
Excrementos y desechos metabólicos
de nuestros huéspedes parásitos, se suman al volumen tóxico que deben procesar
nuestros órganos emuntorios. Si las parasitosis fuesen ocasionales y
periódicamente combatidas, esto no sería un problema, ya que el hombre siempre
ha convivido con organismos parásitos.
Pero el hecho de haber descuidado las ancestrales y
tradicionales prácticas periódicas de desparasitación, hace que las
infestaciones parasitarias se conviertan en crónicas y por tanto generen
grandes volúmenes diarios de toxemia.
[1] Ver libro “Nutrición Depurativa”
[2] Universidad de Southampton - Publicado en The Lancet
[3] Ver libro “La Sal Saludable”
[2] Universidad de Southampton - Publicado en The Lancet
[3] Ver libro “La Sal Saludable”
Extraído del libro "Cuerpo Saludable"
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