EMUNTORIOS Y TOXEMIA
Los órganos depurativos
Dado que un pequeño volumen de fluidos corporales debe atender las
necesidades de tanta cantidad de tejido celular, no basta con un eficiente
sistema circulatorio y un sistema de irrigación diferenciada. Aquí aparece el
tercer factor necesario para la correcta función celular: la limpieza de los
fluidos. Por lo tanto, uno de los principales objetivos del organismo, será
mantener la pureza de los líquidos internos. Estos fluidos, como si fueran una
red cloacal, reciben los desechos generados por billones de células; además,
millones de células muertas son volcadas cada día a la sangre y la linfa. A todo
esto se suman la multiplicidad de venenos y sustancias tóxica que ingresan al
cuerpo por medio de las vías respiratoria, digestiva y cutánea.
Para hacer frente a semejante tarea, el cuerpo dispone de
varios órganos especializados en esta función y que luego analizaremos en
detalle: intestinos, hígado, riñones, piel, pulmones y sistema linfático. Son
los llamados emuntorios. Cuando todos trabajan en modo normal y el
volumen de desechos no supera la capacidad de procesamiento, el “terreno” se
mantiene limpio y las células pueden funcionar correctamente. Esto significa que
estamos en presencia de un organismo eficiente y, por ende, de una
persona saludable, ágil y vital.
Pero si los desechos superan la capacidad de los emuntorios y
éstos comienzan a funcionar deficientemente, el “terreno” se carga
progresivamente de toxinas y el funcionamiento orgánico se degrada
paulatinamente. La sangre se pone densa y circula más lentamente por los
capilares. Los desechos que transporta la sangre, pasan a la linfa y al plasma
intracelular. Más tiempo se mantiene esta situación, más se contaminan los
fluidos. Llega un momento en que las células están sumergidas en una verdadera
ciénaga que paraliza los intercambios. El oxígeno y los nutrientes no
pueden llegan a las células y éstas experimentan graves carencias.
Por otra parte, los residuos metabólicos que regularmente
excretan las células, al no circular, aumentan aún más el grado de contaminación
de los fluidos. Los desechos comienzan a depositarse en las paredes de los vasos
sanguíneos, reducen su diámetro y esto disminuye aún más la velocidad de
circulación e irrigación.
Aquí está la explicación de la generalizada, mal entendida y
demonizada hipertensión: nuestra sangre
sucia y espesa es la que obliga al corazón a bombear con
mayor presión a fin de compensar la menor irrigación. En definitiva,
la tensión elevada es un simple mecanismo defensivo del cuerpo, a fin de
mantener las funciones normales pese a la toxemia crónica.
Sin embargo, tratamos de “idiota” a nuestro sistema
circulatorio, ingiriendo medicamentos hipotensores (para reducir la presión);
cuando lo lógico sería depurar y fluidificar la sangre. Así nos
ahorraríamos, no solo los fármacos, sino también el terrible gasto de energía
que significa para nuestro organismo la improductiva tarea de elevar la presión
sanguínea. ¿Acaso no es esta la causa de tanta fatiga crónica en la población?
Pero sigamos con los perjuicios que genera la acumulación de
toxinas en los fluidos corporales: obstruye los emuntorios, dificulta su tarea,
congestiona otros órganos y bloquea las articulaciones. Los tejidos se irritan,
se inflaman y pierden flexibilidad; se esclerotizan. En este contexto,
las células no pueden realizar su tarea específica y tampoco los órganos por
ellas compuestos. Estamos en presencia de una persona enferma,
desvitalizada y anquilosada. El tipo de enfermedad dependerá
simplemente de cuales órganos se encuentren mas afectados y en que grado. El
espectro puede ir de una bronquitis crónica a un cáncer. Estos procesos
degenerativos no se producen de la noche a la mañana, ni son la consecuencia de
un solo exceso: requieren años de acumulación.
Ante todo, ya podemos entender el valor relativo de los
modernos diagnósticos que sugieren la focalización del problema en una parte
pequeña de nuestro organismo. Nunca puede estar mal una
parte y bien el resto. Esa “parte defectuosa” es solo la expresión
más aguda del estado general del organismo. Por ello es obvia la inutilidad de
luchar contra un síntoma o contra un parámetro determinado (glucosa, presión,
colesterol, etc). Es correcto aliviar el sufrimiento puntual, pero sin
olvidarnos que debemos operar sobre todo el ámbito corporal.
Una anécdota familiar -que pese a mi niñez, quedó grabada a
fuego en la memoria- sirve para ejemplificar cuan a menudo la ciencia
tradicional pierde la visión de conjunto, al focalizarse en las partes del
organismo. Tenía un tío internado desde hacía varios días y su estado no hacía
más que empeorar, pese a que estaba en mano de equipo de renombrados médicos que
intentaban distintas terapéuticas farmacológicas. Como su estado se hacía cada
vez más grave, vino a verlo desde lejos su madre, mi bisabuela.
Esta anciana norteña, tenía sabiduría intuitiva y unos ojos
vivaces. Apenas entró al cuarto del enfermo, sus hijas, con la ayuda del médico
presente, la pusieron al tanto de las novedades, destacándole la impotencia pese
a los infructuosos y costosos intentos realizados. En medio de tanta
terminología médica y palabras difíciles, mi bisabuela preguntó con su
característico acento guaraní: “¿Cuánto hace que no va de cuerpo este
muchacho?” El silencio fue sepulcral. Dilatadas miradas se cruzaban en el
aire y nadie tenía respuestas. Hacía una semana que el tío no movía los
intestinos… y nadie había reparado en ello!!! Demás está decir que tras una
voluminosa enema, comenzó el rápido proceso de recuperación del tío, quién fue
dado de alta días después y se recuperó sin mayores problemas.
Extraído del libro "Cuerpo Saludable"
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