NUTRIR EL CUERPO SIN INTOXICARLO
Alimentación fisiológica
Ninguna práctica depurativa podrá resultar efectiva si no
rectificamos los hábitos nocivos que nos atiborran de tóxicos y nos privan de
sustancias esenciales para la buena química corporal. Si nos damos cuenta de
esto (y modificamos hábitos), habremos hallado la génesis (y al mismo tiempo la
solución) de gran parte de los modernos problemas de salud: el ensuciamiento
corporal crónico. El cambio de hábitos alimentarios forma parte indisoluble del
Proceso Depurativo recomendado para resolver nuestros problemas crónicos. De
poco servirá la eliminación de la vieja escoria tóxica, si seguimos
introduciendo nuevos desechos y no logramos satisfacer las fisiológicas
necesidades orgánicas. Por ello la necesidad de adoptar una alimentación
nutritiva, pero no ensuciante.
Las mal llamadas “enfermedades”, son apenas un síntoma
del “ensuciamiento corporal”, estado generado por una combinación de
factores:
- Malfunción de los órganos de eliminación (sobre todo
intestino permeable e hígado y riñones colapsados)
- Crónica sobrecarga tóxica (alimentos no fisiológicos,
modernas parasitosis, contaminantes químicos)
- Estado de acidosis corporal (desorden ácido-alcalino)
- Baja inmunología (por colapso hepático, desorden
nutricional, toxemia, exceso de exigencias)
- Flora intestinal desequilibrada (por antibióticos
alimentarios y medicinales, alimentos refinados y aditivados, falta de fibra,
carencia enzimática, conservantes, parasitosis)
- Disfunciones hormonales (menopausia, andropausia,
resistencia a la insulina, parasitosis, desorden tiroideo)
- Exceso de fósforo (consumo de lácteos, gaseosas,
soja, conservantes, fertilizantes, aditivos)
- Carencia de nutrientes esenciales (magnesio, silicio,
AGE, enzimas, vitaminas, oligoelementos, mucílagos)
- Represión de síntomas (abuso de medicamentos)
- Exceso de estímulos (carencia de reposo adecuado)
- Sedentarismo (falta de actividad física y
oxigenación)
Para resolver esto, es obvio que debemos corregir el
desorden nutricional, principal responsable de dicho caos orgánico. Tan
importante como las cosas que conviene introducir en la dieta, son
aquellas que deben eliminarse. A menudo los beneficios de los
nuevos aportes, son neutralizados por el nefasto efecto de los alimentos
artificializados y ensuciantes que seguimos ingiriendo a diario.
Debemos tomar consciencia que el organismo se renueva
diariamente (en un año cambiamos el 98% de los átomos del cuerpo), y la
calidad de renovación depende de la calidad de nutrientes que
ingerimos. Es como si tuviésemos una fábrica modelo, comprásemos materia
prima defectuosa y pretendiésemos que se hagan productos perfectos.
Nuestros operarios no podrían hacer milagros.
El organismo tampoco puede hacer milagros:
mala calidad de nutrientes implica mala calidad de células nuevas,
mala calidad de los órganos que se renuevan y consiguiente aumento de la
toxemia corporal por malfunción orgánica y acumulación cotidiana.
Resulta importante aprender a identificar los alimentos ensuciantes o
no fisiológicos, para limitarlos o descartarlos de la dieta
cotidiana, la cual debería basarse en alimentos más genuinos y mejor
adaptados a nuestra natural capacidad digestiva. Más a fondo vamos con esto,
más rápida será la recuperación.
El alimento fisiológico es aquel que puede ser
correctamente procesado por las enzimas digestivas, las mucinas y la flora
intestinal. En resumen, es el alimento ancestral; que nutre, vitaliza
y depura. Dado que genéticamente somos 99% chimpancés, nuestra fisiología
digestiva está diseñada para frutas, hojas, semillas,
raíces…, todo en crudo.
Pero hace miles de años, por una simple cuestión de
supervivencia, el ser humano tuvo que adaptarse a la cocción y
a la proteína animal, aunque por cierto, adaptación no es
normalidad. Y luego la tecnología nos introdujo el alimento
industrializado y procesado, con el artificial aporte de la
síntesis química, completándose un esquema tóxico y adictivo. Por suerte hoy
disponemos de numerosas opciones fisiológicas y saludables, que nos
permiten resolver inteligentemente este desorden crónico.
LOS ALIMENTOS ENSUCIANTES
Resulta obvio que el alimento moderno:
- No es fisiológico y no se digiere correctamente
- Genera excesos y carencias nutricionales
- Consume energía y no proporciona vitalidad
- Aporta muchas sustancias tóxicas
- Provoca ensuciamiento crónico
Si bien el tema es desarrollado en la guía práctica
Alimentos Saludables y en el libro Nutrición Depurativa, en primer
lugar pasaremos revista a aquellos alimentos ensuciantes, que deberíamos
descartar de nuestra ingesta diaria, limitándolos a las
excepciones (fines de semana, eventos sociales); no es tan grave la
excepcionalidad sino la cotidianeidad de su ingesta.
El grado de eliminación de estos alimentos de nuestra
rutina diaria, será directamente proporcional al beneficio depurativo que
pretendamos lograr. No por caso estamos mal y no por caso los
alimentos ensuciantes representan la base de nuestra moderna dieta
industrializada: los consumimos en grandes volúmenes, los 365 días del año y
muchas veces al día. La decisión (y el beneficio) está sólo en
nuestras manos (y bocas). Y nos referimos a:
Refinados industriales (azúcar blanca, harina blanca,
arroz blanco, aceites procesados, sal refinada…) y los alimentos que los
contienen (alimentos industrializados, gaseosas, panificados, copos de cereales,
golosinas, productos lights…).
Margarinas (aceites vegetales hidrogenados), grasas
industrializadas y los numerosos productos masivos que los contienen
(helados, lácteos, golosinas, papas fritas, panificados…).
Almidones y azúcares, en exceso y/o mal procesados
(harinas y féculas sin la correcta humectación, cocción y masticación), con
especial referencia al trigo y al maíz pampeano (híbridos y
transgénicos).
Soja en forma de porotos, harinas, texturizados,
aceites refinados, proteína aislada o jugos (leche de soja); existe profusa
evidencia científica de los problemas que ocasiona su consumo regular, tal como
se indica en la web.
Alimentos cocinados por encima de los 100ºC (ebullición
del agua), dada la generación de compuestos artificiales (cancerígenos y
mutagénicos) y la reacción defensiva que realiza el cuerpo en su presencia
(leucocitosis post prandial).
Edulcorantes, conservantes y aditivos sintéticos, y los
numerosos alimentos de uso masivo que los contienen, pues “engañan” al cuerpo
(provocan hipoglucemia y obesidad), inhiben la química corporal (flora, hígado)
e intoxican.
Proteína animal, en exceso y de cría industrial
(feedlot, estabulación, piscicultura en piletas, pollos de jaula…),
incluidos obviamente los lácteos y sus derivados.
Si bien los fundamentos de la problemática láctea exceden el
marco de esta obra (ver libro Lácteos y Trigo y monografías en la web),
hay demasiada evidencia y muchas objeciones a su uso, por distintos motivos.
Brevemente podemos decir que su ingesta genera evidentes perjuicios:
agotamiento inmune, desorden mineral y hormonal, reacciones
alérgicas, daños circulatorios, congestión mucógena,
desequilibrio de flora y mucosa intestinal, estreñimiento, consumo
adictivo y sobre todo, toxemia corporal.
En contrapartida, los lácteos no aportan nutrientes “esenciales”.
El solo hecho de experimentar con 15 días de abstinencia total
(tranquilos, nadie se muere ni se descalcifica por ello!!!), y su posterior
reintroducción, nos permitirá obtener una respuesta absolutamente
personalizada e inequívoca de nuestro organismo.
Además de evitar el tabaco (cuyos daños corporales son
por demás conocidos) y el alcohol (en exceso y de mala calidad), en un
proceso depurativo resulta esencial prescindir de muchos fármacos
aparentemente inofensivos y hasta socialmente vistos como necesarios.
Nos referimos a antibióticos, antiácidos, antiinflamatorios, analgésicos, etc.
Los efectos secundarios de estos productos son numerosos. Afectan
fundamentalmente el equilibrio de la flora y la mucosa intestinal, deprimen la
inmunología e inhiben la síntesis de nutrientes claves para la química corporal.
Quedan fuera de esta consideración, las medicaciones específicas de tratamientos
convencionales.
LOS ALIMENTOS DEPURATIVOS
Entendemos que la base para organizar una alimentación
fisiológica y saludable, pasa por la correcta organización de la despensa
hogareña. Lo que hay en la despensa es lo que se acaba consumiendo;
de allí la importancia de su composición. Por tanto: no comprar aquello que
resulta inconveniente para nuestra salud (lo no fisiológico), pues a la
larga lo utilizaremos.
En cambio, es importante tener buena existencia de
aquellos alimentos que debemos consumir diariamente. El hecho de
identificar los alimentos por grupos, nos permitirá utilizarlos en forma
racional, hasta familiarizarnos intuitivamente con ellos, evitando así
errores e improvisaciones. Esto nos dará la necesaria flexibilidad para ir
adecuando la nutrición a los variables requerimientos personales y
estacionales y a la disponibilidad.
Otra objetivo de identificar los grupos alimentarios de
la despensa, tiene que ver con la conveniencia de ingerir algo de cada grupo
a lo largo del día. Esto resulta básico para garantizar una nutrición sin
riesgos de excesos o carencias.
También la identificación de los grupos nos permitirá realizar
una adecuada variación de los elementos de cada grupo. No hay alimento
perfecto y cada uno tiene lo suyo, razón por la cual es aconsejable
rotar y alternar los integrantes de cada grupo. Además, al trabajar
una diversidad de alimentos, el consumo será menor y esto nos
conducirá a la natural frugalidad alimentaria.
Los tres grupos esenciales y prioritarios en una
despensa saludable deberían ser frutas, hortalizas y semillas.
Todos los elementos de estos grupos son recomendables; en el caso de los
vegetales frescos, son preferibles aquellos del lugar, de la estación
y madurados naturalmente. También es recomendable consumirlos
preferentemente crudos o ligeramente cocidos, salvo los amiláceos
(papa, batata).
Si privilegiamos estos grupos, totalmente fisiológicos,
estaremos garantizado el vitalizante y depurativo aporte enzimático.
Frutas y hortalizas son componentes ideales de cualquier comida, siendo las
semillas su natural complemento. Las semillas, siempre activadas (remojadas)
pueden dar lugar a saludables germinados, leches, mantecas, quesos, licuados…
Otros dos grupos de alimentos, que muchos califican como
importantes, son cereales y legumbres. En primer lugar conviene
considerar que los granos con alto contenido en almidón (forma práctica
de considerar a los cereales) no están adaptados a nuestra fisiología
digestiva y metabólica.
Los humanos no disponemos de las características digestivas de
las aves, principales animales granívoros. Aunque el hombre, por
cuestiones de supervivencia desarrolló mecanismos para suplir la ausencia de
buche y estómago molturador (molienda, leudado, cocción), no puede resolver
otras cuestiones que a la larga afectan su salud.
Al recurrir a la cocción como mecanismo para convertir
el indigesto almidón en azúcares simples asimilables, se genera la inevitable
pérdida del proceso enzimático que naturalmente acompaña al almidón en el
interior del grano. Esta carencia debe ser compensada por el aporte de
enzimas orgánicas, lo cual estresa al páncreas cuando la demanda es
cotidiana y abundante.
Por otra parte, si no se realiza un correcto procesamiento, el
almidón (crudo) se convierte en importante fuente de toxemia corporal. Dicha
situación es favorecida por la excesiva permeabilidad intestinal, que
permite el rápido paso de las moléculas intactas de almidón al flujo
sanguíneo, causando gran cantidad de padecimientos crónicos.
Pero aún cuando el desdoblamiento de los almidones se haga en
forma correcta, la elevada densidad de carbohidratos que tienen los
cereales, resulta inadecuada para nuestra fisiología. El aparato
cardiopulmonar es sometido a dura exigencia. En el caso de personas
sedentarias, esto generará una demanda energética y una toxemia
adicional, que a largo plazo termina desvitalizando al individuo. La
fatiga, la resistencia a la insulina y el desgaste cardio-respiratorio
son moneda corriente en los grandes consumidores de cereales.
Por todo esto, en un proceso depurativo es aconsejable
limitar su consumo, usando con moderación granos enteros, bien
cocidos y correctamente masticados. Siempre es recomendable la
combinación de un cereal y una legumbre en una misma comida (guisos, sopas,
hamburguesas), lo cual garantiza la calidad de la ingesta proteica.
También la germinación es una opción inteligente para consumir estos granos.
Luego su ubican otros grupos complementarios de
una despensa saludable: algas, aceite, condimentos, proteínas, endulzantes,
bebidas y suplementos.
Las algas marinas aportan minerales, fibra soluble y
excelentes efectos protectivos; se aconsejan para acompañar hortalizas o en la
cocción de cereales y legumbres.
Los aceites son la principal fuente de ácidos grasos
esenciales, razón por la cual deben ser de presión en frío, sin refinación y
usados en crudo (sólo el de oliva es recomendable para exponer al fuego); se
sugieren combinaciones equilibradas en sabor y omegas, como el
oliva/girasol/lino.
Los condimentos aportan gran cantidad de beneficios,
sugiriéndose el uso de mucha variedad y poca cantidad; sin dudas que el
principal condimento es la sal marina no refinada, cosa garantizada por
el cristal de roca (sal andina).
A nivel proteínas, consumiendo variedad,
complementación y rotación de los alimentos antes citados, no puede haber
carencias; por el contrario, el problema moderno es el exceso proteico. En
caso de ulterior necesidad, se puede recurrir a polen de abejas, algas
espirulina, huevos caseros (evitar cocinar la yema en exceso) o frutos de mar.
En materia de endulzantes podemos usar azúcar integral
mascabo, miel de abejas o harina de algarroba, sin dejar de lado el saludable
efecto dulcificante de las frutas pasas. Recordemos que los edulcorantes (aunque
naturales) en ausencia de hidratos de carbono, “engañan” al cuerpo, generando
hipoglucemia y obesidad.
Respecto a bebidas, debemos priorizar el agua, sin
olvidar que frutas y hortalizas son la mejor fuente de agua biológica. También
podemos hacer uso de las benéficas infusiones de hierbas, del saludable kéfir de
agua que regenera la flora intestinal o del agua enzimática (rejuvelac).
Por último, se puede hacer uso de una serie de complementos
naturales, con distintos efectos: mineralizantes (germen de trigo,
levadura de cerveza, furikake, maca), depurativos (tónico herbario,
zeolita, baplaros, tinturas de cardo mariano, genciana o alcaucil),
inmunoestimulantes (propóleo, equinácea, harina de vino, hongos shiitake),
regeneradores de flora (kéfir, chucrut, salsa de soja, miso, habú) y
alcalinizantes (limón, ortiga, diente de león, umeboshi).
Extraído del libro "El Proceso Depurativo".
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