ACIDEZ Y TOXEMIA
Alcalinidad fisiológica
Es poco conocido el significado de alcalinidad, como concepto
opuesto a acidez. Incluso éste término se interpreta en forma muy limitada,
asociado sobre todo al clásico ardor estomacal o a los reflujos. Sin embargo, no
es exagerado afirmar que la adecuada comprensión -y la posterior corrección- de
la acidificación orgánica, serviría para resolver la mayor parte de los grandes
problemas que afligen a la salud pública.
Estos conceptos han sido científicamente demostrados por
grandes investigadores de nuestro siglo y utilizados desde tiempos remotos en la
medicina oriental. Para comenzar, conviene explicar lo que significa acidez
y alcalinidad. Estos dos términos responden a la forma de clasificar la
reacción de cualquier elemento, sobre todo en medios líquidos.
El grado de acidez o alcalinidad se mide a través de una
escala de pH (potencial de hidrógeno), que va de 0 (extremo ácido) a 14
(extremo alcalino), ubicándose en el centro (7) el valor neutro. O sea que entre
0 y 7 tenemos valores de acidez y de 7 a 14, de alcalinidad. Esto no quiere
decir que lo ácido sea “malo” y lo alcalino “bueno”, dado que ambos se necesitan
y se complementan en las reacciones químicas. Por ello se habla de
equilibrio o balance.
ASÍ EN LA SANGRE COMO EN LA CÉLULA
Dado que la química corporal genera infinidad de reacciones y
exigencias específicas, intentaremos comprender aquí como funciona el mecanismo
base del equilibrio ácido-alcalino a nivel celular. Los trillones de células que
componen nuestro organismo, necesitan alimentarse, eliminar residuos y renovarse
constantemente.
A fin de satisfacer esta exigencia vital, la sangre cumple dos
funciones vitales para el correcto funcionamiento celular:
llevar nutrientes (sobre todo oxígeno) y retirar los residuos
tóxicos que genera la transformación (metabolismo) de dichos nutrientes.
A nivel celular se produce una especie de
combustión interna, que libera calor corporal. Los residuos que se
originan en este proceso de combustión, son de naturaleza ácida y deben
ser evacuados del organismo mediante la sangre, a través de las vías naturales
de eliminación (hígado, riñones, pulmones, piel).
En este contexto vuelve a tomar importancia la cuestión
enzimática, pues las enzimas son esenciales para “detonar” dicha combustión
y además de la temperatura, también son sensibles a la variación del pH.
Por ejemplo, hemos visto que las amilasas digestivas pueden actuar sobre los
almidones en un medio alcalino (saliva) y son inhibidas por un medio ácido
(secreciones estomacales).
Para permitir una eficaz combustión celular, y por otra gran
cantidad de razones fisiológicas, el plasma sanguíneo debe mantener a ultranza
un ligero nivel de alcalinidad. El pH de la sangre puede oscilar
en un estrecho margen: entre 7,35 y 7,45.

Al transgredir estos límites, la sangre pierde capacidad de
almacenar oxígeno en los glóbulos rojos y también pierde eficiencia en la tarea
de eliminación de los residuos celulares. En pocas palabras, la sangre no
nutre y no
limpia las células, génesis profunda de cualquier enfermedad. Para dar una idea
del estrecho margen de maniobra del pH sanguíneo, digamos que al descender de 7
se produce el coma diabético
y la muerte.
COMPENSAR O MORIR
Cuando se incrementa el nivel de acidez
sanguínea, varios mecanismos (tampones) buscan restablecer este vital
equilibrio. En todos los casos se requiere la suficiente presencia de bases
(álcalis) que neutralicen los ácidos. O sea que un eficiente
metabolismo celular exige un constante flujo de sustancias alcalinas,
con el fin de poder neutralizar los ácidos provenientes del alimento y
del metabolismo celular.
En primera instancia, y como mecanismo más simple, la sangre
debe obtener suficientes bases de los alimentos. En caso de carencia
(tanto por exceso de ácidos circulantes como por deficiencia nutricional de
bases), la sangre echa mano a dos mecanismos de emergencia
para preservar su equilibrio. Uno consiste en derivar ácidos,
depositándolos en los tejidos a la espera de un mayor aporte alcalino. Esto
genera (reuma, problemas circulatorios, afecciones de piel, etc).
El otro mecanismo es recurrir a su reserva alcalina:
las bases minerales (calcio, magnesio, potasio) depositadas en huesos,
dientes, articulaciones, uñas
y cabellos. De este modo, la sangre se convierte en un "saqueador" de la
estructura orgánica, con el único objetivo de restablecer el vital equilibrio
ácido-básico que permite sostener el correcto funcionamiento orgánico.
Esta lógica funcional es la homeostasis orgánica, que
significa “mantener la vida generando el menor daño posible”. Para el
organismo, una menor densidad ósea no significa peligro para la vida, pero sí un
pH ácido en la sangre. Así funciona el mecanismo de la
descalcificación y la desmineralización.
Los huesos ceden calcio
en forma de sales alcalinas, se hacen frágiles y hay osteoporosis; las
piezas dentales se fisuran con facilidad y surgen caries; las uñas muestran
manchas blancas y se tornan quebradizas; las articulaciones degeneran y hay
artrosis; el cabello se debilita y se cae; se advierten lesiones en las mucosas,
piel seca, anemia, debilidad, problemas digestivos, afecciones de vías
respiratorias, infecciones, sensación de frío, etc.
Normalmente no se asocian estos síntomas con la acidez. Un
ejemplo es la osteoporosis, clásica enfermedad de acidificación. Sin
embargo se la combate inadecuadamente con alimentos (lácteos) que, por su
aporte ácido, agravan el problema. El sentido común nos indica que frente a
osteoporosis y anemia, lo correcto es atacar la causa profunda del problema:
alcalinizar el organismo para neutralizar su acidez.
De lo visto, podemos concluir que para permitir el normal
trabajo de la sangre y las células, debemos ser cuidadosos en el aporte que
realizamos a nuestro cuerpo a través de los alimentos que ingerimos. Por un lado
tratando de evitar alimentos (y situaciones)
acidificantes, y por otro incrementando la provisión de bases a
través de una mayor ingesta de alimentos alcalinizantes. Todo esto
complementado por un buen aporte de oxígeno, a través del necesario movimiento,
y un correcto funcionamiento de los órganos depurativos encargados de eliminar
los ácidos.
VISIONES PIONERAS
Según los estudios de Ragnar Berg -médico sueco
fallecido en 1956, pionero en la investigación de la alimentación alcalinizante-
un 85% de nuestra dieta debe estar compuesta de elementos ricos en bases (de los
cuales una parte debe estar en estado crudo) y sólo un 15% debería estar
reservado a los alimentos acidificantes. Si bien Berg combatía los procesos de
acidificación con preparados de sales alcalinas y citratos, sostenía que la
mejor terapia era la de jugos frescos de frutas y verduras.
Este hecho resulta fácilmente comprobable cuando realizamos un
día de ayuno bebiendo solamente jugos de frutas. Al día siguiente sentimos una
sensación de alivio general en todo el organismo, ya que estamos permitiendo el
proceso de purificación de los residuos ácidos, gracias al aporte exclusivo de
bases y vitalizantes enzimas.
El Dr. Berg determinó que las verduras silvestres poseen
mayor cantidad de sales alcalinas que las de cultivo. Esto ha sido
confirmado por estudios franceses y alemanes, que demuestran una disminución de
estos valores (y de otros nutrientes importantes), inversamente proporcional al
aumento del uso de abonos químicos. Ello se debe a la disminución de minerales
alcalinos y a la presencia de residuos ácidos.
También se ha probado experimentalmente que la fruta madurada
artificialmente (en cámara) deja de comportarse como alcalinizante en el
organismo. Son comprobaciones científicas de la involución cualitativa de la
producción industrializada de nuestros alimentos.
William Howard Hay, creador de la dieta que se
popularizó en los años 30, sugería una proporción en volumen del 20% en
alimentos acidificantes y 80% en alcalinizantes. Arnold Ehret, propulsor
de la dieta cruda, sugería eliminar todos los alimentos acidificantes. Paavo
Airola, naturópata europeo, sostenía que necesitamos ambos tipos de
alimentos, en sintonía con el concepto de balance yin-yang de los orientales.
En nuestro ámbito, el médico rosarino Samuel Sack
hizo un aporte interesante al tema del equilibrio ácido-básico, desarrollando
una técnica de remojo de alimentos ácidos en soluciones alcalinas (caldo de
repollo blanco o agua bicarbonatada). Su sistema se basa en las propiedades
alcalinizantes y neutralizantes de ácidos del repollo blanco. Estas virtudes se
encuentran mayormente en el repollo crudo y en el agua de su cocción.
El remojo de los alimentos en caldo de repollo no altera su
calidad ni su sabor, sino por el contrario, facilita su asimilación y
transformación en el organismo, influyendo positivamente en el equilibrio
ácido-básico. Al hervir, el repollo libera álcalis que pasan al agua y el
proceso de neutralización de los alimentos sumergidos en ella se realiza en
forma directa. El Dr. Sack recomendaba agregar siempre una hoja de repollo crudo
a las ensaladas (en exceso puede producir gases), desaconsejando en cambio el
consumo del repollo hervido.
Si bien este sistema puede resultar útil para personas que
realizan una transición a una dieta alcalinizante, conviene
circunscribirlo al período de conversión de hábitos. Estamos viendo que muchas
reacciones metabólicas requieren condiciones de normalidad fisiológica, que
estas intervenciones pueden alterar, impidiendo el correcto funcionamiento de
procesos enzimáticos y vitamínicos.
Por ello es siempre más recomendable evitar los
alimentos problemáticos (cárnicos, lácteos, refinados), antes que intentar “emparchar”.
Hemos visto que las proteínas necesitan un medio ácido para la correcta acción
enzimática de las proteasas que las degradan en aminoácidos. Por esto,
alcalinizar carnes y lácteos puede convertirse en arma de “doble filo”,
dificultando su asimilación o exigiendo esfuerzos extras al
organismo, a nivel de secreciones gástricas y enzimáticas. De allí, que resulte
preferible eliminar estos alimentos, antes que “corregirlos a ojo”.
ALCALINIZANTES Y ACIDIFICANTES
Veamos que se entiende por alimentos acidificantes y
alcalinizantes. Nuestros nutrientes (como todos los elementos de la Naturaleza)
tienen distintos grados de acidez o alcalinidad. El agua destilada es neutra y
tiene un pH 7. Básicamente todas las frutas y verduras resultan
alcalinizantes. Si bien la fruta tiene un pH bajo (o sea que resulta ácida),
debemos evitar una generalizada confusión: no es lo mismo la reacción química de
un alimento fuera que dentro del organismo.
Cuando el alimento se metaboliza, puede generar una reacción
totalmente distinta a su característica original. Es el caso del limón o de la
miel. Ambos tienen pH ácido, pero una vez dentro del organismo
provocan una reacción alcalina. Distinto es el caso de las células
animales. Tanto la desintegración de nuestras propias células como la
metabolización de productos de origen animal, dejan siempre un
residuo tóxico y ácido que debe ser neutralizado por la sangre.
Así vemos la diferencia básica entre un alimento de
reacción ácida (que obliga a robar bases del organismo para ser
neutralizado) y un alimento de reacción alcalina (que aporta bases para
neutralizar excesos de acidez provocados por otros alimentos o por los propios
desechos orgánicos del cuerpo).
A fin de servir como referencia didáctica, veamos la tabla que
expresa en grados de acidez o alcalinidad, la reacción metabólica de ciertos
alimentos en el organismo humano. Esta información es muy interesante a título
orientativo, pues nos permite comprender cómo funcionan ciertos alimentos en
nuestro cuerpo.
| ALIMENTOS DE REACCIÓN METABÓLICA ALCALINA | ALIMENTOS DE REACCIÓN METABÓLICA ÁCIDA | ||
| Pasa de uva | 23,7 | Panceta de cerdo | 28,6 |
| Porotos blancos | 18,0 | Pollo hervido | 20,7 |
| Almendras | 12,0 | Pavo asado | 19,5 |
| Dátiles | 11,0 | Carne de novillo | 13,5 |
| Remolacha | 10,9 | Maní | 11,6 |
| Zanahoria | 10,8 | Clara de huevo | 11,1 |
| Apio | 8,4 | Salmón fresco | 11,0 |
| Melón | 7,5 | Caballa fresca | 9,3 |
| Damasco | 6,8 | Crackers integrales | 8,5 |
| Naranja | 6,1 | Nueces | 8,4 |
| Repollo | 6,0 | Pan de harina integral | 7,3 |
| Tomate | 5,6 | Queso de vaca | 5,5 |
| Limón | 5,5 | Ricota | 4,5 |
| Manzana | 3,7 | Manteca de maní | 4,4 |
| Zapallo | 2,8 | Pan de harina blanca | 2,7 |
| Nabo | 2,7 | Arroz hervido | 2,6 |
| Uva | 2,7 | Fideo blanco hervido | 2,1 |
| Valores que indican grado de alcalinidad y acidez. Tabla elaborada por Bridges y modificada por Cooper, Barber y Mitchell | |||
También los minerales juegan un rol importante en el
comportamiento acidificante o alcalinizante de los alimentos y ello nos permite
hacer una elección más consciente. Por lo general resultan acidificantes
aquellos alimentos que poseen un alto contenido de azufre, fósforo y cloro. En
cambio son alcalinizantes aquellos que contienen buena dosis de calcio,
magnesio, sodio y potasio.
En general los cereales generan desechos ácidos al ser
metabolizados: ácido sulfúrico, fosfórico y clorhídrico. Esto resulta más
marcado en el trigo y el maíz (los indígenas americanos remojaban el maíz en
agua de cal). El mayor contenido en minerales alcalinos hace que otros cereales
resulten más alcalinizantes: mijo, cebada, quínoa, trigo sarraceno. El arroz
integral es considerado como neutro en la dietética oriental.
Por su parte las legumbres y las semillas son
ligeramente acidificantes por su contenido proteico, aunque no todos por igual,
con excepciones como las almendras y los porotos blancos, aduki y negros. Los
lácteos son elementos acidificantes, aunque la leche fresca sin pasteurizar
sea ligeramente alcalina. La pasteurización acidifica la leche y por
tanto a todos sus derivados.
Mientras la dietología clásica y la ciencia de la alimentación
no dan importancia o ignoran totalmente esta distinción, en una Nutrición
Depurativa es muy importante conocer la reacción de los alimentos. Además es
importante manejar otros aspectos que tienen que ver con la preparación misma de
las comidas.
Por ejemplo: se ha demostrado que un 40-60% de los elementos
minerales y un 95% de las vitaminas y bases se pierden en el agua de
cocción de las verduras. Resulta entonces que el alto contenido básico que
poseen las verduras -y que resulta tan útil para el equilibrio sanguíneo- se
desvaloriza. Incluso las verduras llegan a presentar naturaleza ácida cuando se
tira el agua de cocción.
De allí la importancia del sistema oriental de cocer las
verduras al vapor en cestas de acero o bambú, o sea sin que estén en
contacto directo con el agua. También comprendemos el alto valor terapéutico de
los caldos, que conservan todo el contenido alcalino de las verduras y
que resultan tan reparadores en enfermos y convalecientes.
Lamentablemente la acidosis (disminución de la reserva
alcalina en la sangre) se está convirtiendo en una enfermedad social que provoca
grandes problemas y que generalmente no se diagnostica. Sin embargo nadie se
preocupa por advertir sobre el problema. Por el contrario, el bombardeo
publicitario incita al consumo masivo de productos industriales, que
resultan altamente acidificantes.
Dejemos de lado (por lo obvio) carnes y hamburguesas, que
muchas personas logran disminuir o evitar. Gaseosas basadas en azúcares
refinados y compuestos acidulantes; bebidas alcohólicas, alimentos elaborados
con cereales, grasas y azúcares refinados; lácteos industrializados y
especialmente quesos; aditivos alimentarios, conservantes… forman un coctel
explosivo que se ingiere los 365 días del año, varias veces por
día y en grandes cantidades.
ÁCIDOS BUENOS Y MALOS
Claro que no todos los ácidos son malos. En nuestros alimentos
hay ácidos beneficiosos y otros perjudiciales. Entre los
beneficiosos podemos citar a los frutales. El caso de los ácidos: cítrico,
málico, tartárico, fumárico, etc. Estos ácidos orgánicos débiles, una vez
metabolizados en el organismo se combinan con minerales (sodio, calcio, potasio)
y dan lugar a sales minerales, carbonatos y citratos
(elementos que tienen la capacidad de fluidificar y alcalinizar la sangre) o
bien se oxidan en la sangre y son eliminados del organismo como anhídrido
carbónico, activando la ventilación pulmonar.
He aquí la explicación del benéfico efecto del limón,
cuyo jugo ácido es utilizado para la hiperacidez de estómago. Otro ácido
interesante es el láctico (fermentos), de benéfico efecto sobre el equilibrio de
la flora intestinal.
Definitivamente nefastas para el organismo resultan las
ácidas bebidas gaseosas, hoy omnipresentes en la cotidianeidad
alimentaria. Los azúcares de por sí generan ácidos en su proceso metabólico
(ácido acético). A ello se agregan los aditivos acidulantes (ácido fosfórico
pH 2,8) y el ácido carbónico, generándose un coctel dañino, que se potencia
con los grandes volúmenes de consumo diario.
Párrafo aparte para los ácidos presentes en carnes, embutidos
y lácteos (úrico, butírico, nítrico, sulfúrico). Como decíamos al principio,
toda desintegración de células animales -de nuestro propio cuerpo o de
alimentos animales- deja un residuo tóxico y ácido. Estos residuos,
además de consumir bases para poder ser neutralizados en la sangre, deben ser
luego eliminados del organismo.
En la juventud, el buen funcionamiento de los órganos de
eliminación (principalmente riñones y piel), hacen que los ácidos sean
eliminados satisfactoriamente. Pero con el correr de los años, al
acentuarse los efectos nocivos de la acidificación en el organismo, estos
órganos pierden eficiencia. Al no poder ser eliminados del organismo, el ácido
úrico y otros residuos metabólicos de naturaleza ácida, son retenidos
fundamentalmente por el tejido conjuntivo, así como por los huesos y cartílagos
del cuerpo, con el objetivo de retirarlos del flujo sanguíneo y poderlos
eliminar más adelante.
Esto sirve de origen a dolencias tales como: artritis,
artrosis, reumatismo, fibromialgia, enfermedades del corazón, de los nervios,
ciática, alergias, eccemas, herpes, urticaria, asma, nefritis, hepatitis,
cálculos, arteriosclerosis y un estado de enfermedad latente pronto a
manifestarse.
Las consecuencias que tiene para la salud una
acumulación persistente de residuos o escorias (que el organismo debería
eliminar y no puede), son funestas. Según la naturaleza de cada persona,
comenzarán a presentarse a corto plazo los primeros síntomas del padecimiento de
una u otra enfermedad (signos de alarma), que variarán según cuales sean los
tejidos u órganos afectados.
Una alimentación pobre en bases entorpece el normal
proceso de combustión en los tejidos celulares, dando lugar a la formación de
estos residuos de naturaleza ácida, muchos de los cuales no pueden ser
eliminados por la orina. Aportando una alimentación rica en bases y/o
disminuyendo el contenido proteico, posibilitamos una eliminación masiva de
estos desechos, depurando así el organismo.
Todo esto nos permite comprender que aún una dieta que excluya
la carne (vegetariana) puede no ser ideal y puede resultar
acidificante si se consumen en exceso: huevos, quesos, legumbres,
oleaginosas, cereales refinados, café, té, chocolate, gaseosas y azúcar blanca.
En una clásica expresión que oímos de mucha gente, se puede advertir este
involuntario pero grave error de concepto. "Pero si como sano; no como carne;
como acelga hervida, un poco de queso, fideos, tomo té negro con galletitas y
mermelada..." ¡¡¡O sea, todos alimentos acidificantes!!!
Para finalizar, debemos considerar otros perjudiciales
ácidos no alimentarios, presentes en nuestra jornada cotidiana y que
colaboran con la acidificación corporal. Nos referimos al ácido nicotínico del
tabaco, el ácido acetilsalicílico de los analgésicos, el ácido clorhídrico que
genera el estrés y los ácidos provenientes del smog y la contaminación
ambiental. También debemos tener en cuenta los ácidos generados en la
incorrecta función intestinal, a raíz de los procesos de putrefacción y
fermentación.
ACIDEZ, ENZIMAS Y VITAMINAS
Ya hemos visto la importancia de la actividad enzimática.
Además de la temperatura, el pH es otro de los enemigos de la correcta
función de las enzimas. Como se explica en el apartado “El proceso digestivo”,
las enzimas que actúan sobre hidratos de carbono y lípidos, requieren un
ambiente alcalino para funcionar correctamente. Por ello su acción se
interrumpe en presencia de las ácidas secreciones estomacales, que en cambio
permiten el trabajo de las proteasas sobre las estructuras proteicas.
En este sentido, resulta clave la adecuada secreción biliar
para restablecer la alcalinidad del bolo alimentario en el intestino
delgado, donde amilasas y lipasas deben completar su tarea digestiva sobre
carbohidratos y grasas.
Al igual que las enzimas, las vitaminas son también
sensibles a las variaciones de pH, o sea a los distintos grados de acidez o
alcalinidad presentes en el medio donde deben actuar. Esto se ilustra en el
cuadro del apartado “Pérdida de nutrientes”, donde se aprecia la sensibilidad
de vitaminas claves como la A, la B1, la C, la D y la E.
Todo esto nos lleva a una mayor valoración de la importancia
que tiene el correcto equilibrio fisiológico del pH en nuestros fluidos
corporales, sobre todo sangre, linfa y líquido intracelular. Es allí donde
se generan las condiciones para que enzimas y vitaminas puedan cumplir su
cometido específico. Muchas veces las carencias se intentan resolver con el
aporte de suplementos, que más allá de la dudosa eficacia de la síntesis
química, no podrán actuar en un medio incorrecto desde el punto de vista
del pH.
DIETA ALCALINA
Ante todo debemos hacer del comer, un acto plenamente
consciente. El estrés, las obligaciones y las tensiones, han provocado la
transformación de nuestra nutrición en algo mecánico o apenas placentero.
Nuestros problemas de salud -que todos arrastramos, como consecuencia de años de
errores- nos deben servir como incentivo para comenzar a modificar nuestros
hábitos, prestando atención a qué y cómo comemos.
Tampoco es cuestión de caer en el extremo de andar
contabilizando y estudiando cada cosa que llevamos a la boca. Pero sí comenzar a
concientizarnos para mejorar la calidad de nuestra nutrición y en definitiva la
calidad de vida. Atender al equilibrio ácido-básico de nuestro organismo nos
permitirá eliminar una gran cantidad de síntomas, muchos de los cuales ya
los consideramos normales, de tanto convivir con ellos.
El éxito del cambio de actitud se basa en el gradualismo.
Teniendo noción sobre que alimentos son acidificantes y cuales alcalinizantes,
es bueno comenzar a modificar la ecuación de nuestra ingesta diaria. Proponerse
inicialmente un 2 a 1 (dos partes de alcalinizantes por cada parte de
acidificantes) para luego llegar a un óptimo 4 a 1.
No debemos tener miedo a exagerar con los alimentos
alcalinizantes. Ya vimos que el problema está dado por el exceso de ácidos.
De haber exceso de bases -cosa muy poco probable en organismos recargados de
desechos- hay siempre en la sangre grandes cantidades de anhídrido carbónico
para neutralizarlas.
También es importante que cada persona adecue la alimentación
a su realidad corporal, social y laboral. Las personas
nerviosas, delgadas, friolentas, alérgicas, con dolores articulares, neuralgias,
con tendencias a caries, cálculos u osteoporosis; obviamente tendrán mayor
urgencia y necesidad de alcalinización. Así como no todos somos iguales,
tampoco todas las épocas del año exigen los mismos nutrientes.
Lo importante es basarnos en el abundante consumo de
frutas (de estación y bien maduras) y verduras (preferentemente
crudas, cocinadas al vapor o consumidas con su agua de cocción en forma de
sopas). Hacer mucho uso de repollo blanco (crudo), zanahoria, apio, papa,
batata, nabos, hojas de ensalada, berenjenas, pepino y tomate. Las algas,
por ser verduras marinas, corresponden a este grupo y son muy alcalinizantes
debido a su riqueza en minerales básicos (magnesio, calcio, sodio, potasio).
Entre las frutas, usar: limón, caqui, cereza, manzana, melón, sandía, naranja,
mandarina, pomelo, damasco, ananá, banana, durazno, pera, arándano y uva.
Demás está decir la importante que es consumir frutas y
verduras de cultivo natural, o bien silvestres, dada la mayor
acidez que generan los cultivos industriales. Esto puede parecer difícil en las
grandes ciudades, pero es bueno insistir en la búsqueda de productores orgánicos
que están apareciendo en los cinturones verdes de las urbes.
Usar los cereales menos acidificantes (arroz, trigo
sarraceno) o alcalinizantes (quínoa, mijo o cebada). Entre las frutas secas
preferir almendras, sésamo, dátiles, pasas de uva y castañas. Dentro del grupo
de legumbres, los porotos blancos, negros y aduki resultan ser los más
alcalinizantes.
Como endulzante preferir la miel de abejas o el azúcar
mascabo integral. Usar fermentos alcalinizantes, como el miso, la salsa
de soja, el chucrut, los pickles en salmuera, el agua enzimática (rejuvelac),
las umeboshi y los germinados en general, incluidas las semillas
activadas.
A nivel hierbas, se destacan como alcalinizantes: el
diente de león (por suerte es una "plaga" a lo largo y ancho del país), la
bardana, la ortiga, la congorosa, el incayuyo y el té verde. También hay hierbas
de marcado efecto depurativo como el mil hombres, el palo azul, la espina
colorada, la ulmaria o la zarzaparrilla.
Todo esto no quiere decir que debamos dejar totalmente
de lado los alimentos "acusados" como acidificantes; simplemente debemos
ingerirlos balanceados por los alcalinizantes. Por cierto que el
exceso de alimento es causa de acidificación corpórea; una razón más para
buscar la frugalidad en base a alimentos “íntegros”, que con escaso volumen
satisfacen las necesidades básicas. Algo difícil de lograr cuando nos
alimentamos con calorías “vacías” de contenido nutricional, o cuando el alimento
se convierte en una descarga emocional o, peor aún, en una adicción.
Extraído del libro "Nutrición Depurativa"
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